* Ventajas geográficas: El Imperio oriental tenía una frontera más defendible, con barreras naturales como el Danubio y el estrecho del Bósforo. Esto hizo más difícil la penetración de los invasores. Además, el Imperio oriental era menos vulnerable a los ataques de las tribus germánicas, que eran la principal amenaza para el Imperio occidental.
* Poder económico: El Imperio oriental era más rico que el Imperio occidental debido a su control de las regiones más prósperas del Mediterráneo. Esta riqueza permitió al Imperio oriental mantener un ejército y una marina más grandes y mejor equipados, así como financiar otros proyectos importantes, como obras públicas y fortificaciones.
* Estabilidad política: El Imperio oriental era más estable políticamente que el Imperio occidental, debido a su fuerte gobierno centralizado. Los emperadores orientales tenían más control sobre sus territorios y pudieron mantener una sucesión más ordenada. Esta estabilidad permitió al Imperio oriental capear las tormentas de invasión y guerra civil que azotaron al Imperio occidental.
* Unidad cultural: El Imperio oriental tenía una cultura más unificada que el Imperio occidental, debido al predominio de la cultura y el idioma griegos. Esta unidad cultural ayudó a crear un sentido de identidad y propósito entre los romanos orientales y los hizo más dispuestos a luchar por su Imperio.
Por el contrario, el Imperio Romano occidental estuvo plagado de una serie de problemas que contribuyeron a su decadencia y caída. Estos problemas incluyeron:
* Inestabilidad política: El Imperio occidental estuvo plagado de una serie de emperadores débiles y guerras civiles. Esta inestabilidad hizo que al Imperio le resultara difícil defenderse de sus enemigos.
* Decadencia económica: La economía del Imperio occidental se vio debilitada por una serie de factores, entre ellos la inflación, los impuestos y la pérdida de rutas comerciales. Este declive dificultó que el Imperio mantuviera su ejército y su marina.
* Invasiones bárbaras: El Imperio occidental estaba constantemente bajo el ataque de las tribus germánicas, que finalmente saquearon Roma en el 410 d.C. y el 455 d.C. Estas invasiones debilitaron aún más al Imperio e hicieron imposible su recuperación.