Para mantener el control sobre el imperio, los romanos suprimieron o prohibieron ciertas prácticas religiosas. Por ejemplo, en el año 64 d.C., el emperador Nerón prohibió la práctica del cristianismo en Roma. Esta prohibición se aplicó esporádicamente hasta el Edicto de Milán en el año 313 d.C., que legalizó el cristianismo dentro del imperio.
Además de suprimir las religiones individuales, los romanos también promovieron el culto a los dioses romanos. El gobierno romano construyó templos y santuarios para los dioses y exigió a los ciudadanos que participaran en rituales religiosos. Este sincretismo religioso ayudó a unir el imperio y a establecer una identidad común entre sus ciudadanos.
A finales del siglo IV d.C., el cristianismo se había convertido en la religión dominante en el Imperio Romano. El emperador romano Constantino se convirtió al cristianismo en el año 312 d. C. y sus sucesores reemplazaron gradualmente a los dioses romanos tradicionales con símbolos y creencias cristianos.