Por Rainer Sousa
Hoy en día, la ingeniería está logrando logros cada vez más sorprendentes. Mediante el uso de diversos recursos y el refinamiento de técnicas, las posibilidades de trabajar con formas y dimensiones promueven construcciones arquitectónicas cada vez más atrevidas. Sin embargo, para que esto fuera posible, era primordialmente necesario que el hombre inventara algo que pudiera romper las barreras impuestas por las rudimentarias construcciones de arcilla y piedra.
Precisamente por la necesidad de construcciones más audaces, el cemento acabó convirtiéndose en uno de los recursos más importantes de la historia de la ingeniería. En definitiva, el cemento es un polvo fino con propiedades aglomerantes, que se endurece en cuanto entra en contacto con el agua. Algunos investigadores suponen que este tipo de material ya habría sido advertido por el hombre prehistórico, cuando notó que las piedras cercanas a los fuegos soltaban un polvo que se endurecía con la acción del sereno.
Una de las evidencias más antiguas del uso del cemento aparece en las pirámides del Antiguo Egipto. En aquella época, preocupados por construir las suntuosas pirámides, los egipcios desarrollaron un tipo de cemento elaborado a partir de una mezcla de yeso calcinado. Entre los griegos notamos el uso de tierra volcánica que también se endurecía al mezclarse con agua.
Para construir el Panteón de Agripa y el Coliseo, los romanos diseñaron un tipo de cemento un poco más sofisticado. Posiblemente los constructores urbanos de Roma desarrollaron una mezcla de arena, trozos de teja, piedra caliza calcinada y ceniza volcánica. De hecho, la información disponible sobre este resistente mortero creado por los romanos es mínima. La fórmula del cemento romano era un secreto tan importante que acabó desapareciendo con el desmantelamiento del propio imperio.
Sólo en el siglo XVIII, en el año 1758, este importante material volvió a adquirir nuevas características. En esa fecha, el ingeniero británico John Smeaton se dio a la tarea de desarrollar un cemento que pudiera resistir la acción erosiva del agua de mar. Utilizando una ceniza volcánica de Italia, conocida como puzolana, Smeaton fabricó un cemento de excelente calidad que llegó a utilizarse en la construcción del faro de Eddystone, que duró más de un siglo.
En el año 1796, otro británico llamado James Parker desarrolló un nuevo tipo de cemento obtenido mediante la calcinación de nódulos de piedra caliza impura que contenían arcilla. Luego de varias pruebas realizadas por otras autoridades en el tema, el cemento Parker, también conocido como cemento romano, quedó liberado para la construcción. Tan pronto como conoció la noticia, James Parker vendió la patente de su invento a miembros de los Wyatt, una tradicional familia de ingenieros y arquitectos de Inglaterra.
En 1824, Joseph Aspdin fue responsable de la creación del llamado “Cemento Portland”, que hacía referencia a una ciudad británica que contaba con excelentes depósitos de mineral utilizados para fabricar cemento. Construyendo hornos de mampostería de doce metros de largo en forma de botella, Aspdin alcanzó altas temperaturas que dieron una mayor calidad a su cemento.
Con el tiempo, nuevas mezclas y la mejora de los hornos llevaron a la producción de nuevos tipos de cemento. El estudio sistemático de los mecanismos mecánicos y químicos del cemento allana el camino para que la industria de la construcción apunte a nuevos logros. Actualmente, los estudiosos involucrados en este tipo de investigaciones buscan materiales con mayor resistencia y durabilidad.