El año 1898 ha quedado como referente de la pérdida de los últimos restos del imperio español de ultramar. La Guerra Hispano-Cubano-Americana fue el conflicto que provocó esta desaparición, pero los orígenes de este conflicto se remontan a años atrás y surgió en Cuba.
El primer enfrentamiento entre cubanos y españoles comenzó en 1868, fecha en la que se inició la llamada Guerra de los Diez Años (1868-1878). Al mismo tiempo que estallaba la Revolución en la península, se declaraba la guerra en Cuba. Este enfrentamiento supuso ya un aviso de que las relaciones entre la metrópoli y la colonia se estaban volviendo difíciles; Los criollos pidieron más derechos políticos y económicos, la abolición de la esclavitud y menores impuestos. La Paz del Zanjón (10 de febrero de 1878) supuso la rendición de las tropas rebeldes que consiguieron algunas mejoras –libertad de los esclavos que participaron en el conflicto y algunos derechos políticos–, pero se mantuvieron lejos de sus grandes pretensiones:la independencia y la abolición total del esclavitud.
Como este primer enfrentamiento no sirvió para zanjar los problemas definitivamente, en 1895 estalló otra revuelta contra España, desencadenando un nuevo conflicto armado. Tanto la abolición de la esclavitud (1886) como las cesiones del gobierno español –plena autonomía, igualdad de derechos políticos, sufragio universal, etc.– llegaron tarde. Para los líderes del movimiento independentista cubano, liderado por el Partido Revolucionario Cubano de José Martí y apoyado por grupos imperialistas estadounidenses, estas medidas fueron insuficientes.
El elemento definitorio del conflicto fue la intervención militar estadounidense. El «casus belli » fue el hundimiento del acorazado norteamericano Maine, de visita en La Habana, pero las causas de la intervención hay que situarlas en el contexto de la carrera imperialista que caracterizó el cambio de siglo y en el creciente expansionismo de Estados Unidos, muy interesado en controlando los mares limítrofes, especialmente el Caribe y el Pacífico (doctrina Mahan). Precisamente en esos mares se encontraban los restos coloniales españoles, defendidos por una metrópoli sumida en otros problemas y con una capacidad militar muy inferior a la de Estados Unidos.
La guerra, como es bien sabido, se extendió también a Filipinas y acabó con la derrota española, reflejada en las batallas navales de Cavite (Filipinas), el 1 de mayo, y de Santiago de Cuba, el 3 de julio. La caída del imperio supuso un duro golpe para el prestigio y el papel internacional de España, pero internamente este hecho fue recibido con indiferencia e incluso alivio. En algunos aspectos, como el económico, la pérdida colonial fue positiva, ya que se repatrió mucho capital y se evitó el enorme gasto de la guerra.
En Filipinas la presencia española fue menor que en Cuba, limitándose a las ciudades y zonas costeras. Los nativos y los mestizos pidieron reformas como había sucedido en Cuba, demandas que se canalizaron a través de la creación de la Liga Filipina (1893) liderada por José Rizal. Pero será el Katipunan liderado por Emilio Aguinaldo el que inicie, en 1896, la rebelión armada contra España. El conflicto pareció encauzarse a finales de 1897, pero la intervención estadounidense, en el marco de la Guerra Hispano-Cubano-Americana, revivió la guerra.
La derrota española dio lugar al Tratado de París (diciembre de 1898) por el que España reconoció la independencia de Cuba y la cesión de Puerto Rico, Filipinas y Guam a Estados Unidos. Por tanto, la guerra terminó a finales de 1898.
Durante el conflicto, un destacamento de soldados españoles quedó aislado de sus líneas en una localidad llamada Baler, situada al noreste de la isla de Luzón. Los combatientes españoles se refugiaron en una iglesia y allí resistieron un asedio que duró 337 días, hasta el 2 de junio de 1899, sin rendirse. Su aislamiento les impidió conocer la evolución de la guerra así como la firma del acuerdo de paz en diciembre de 1898. Mientras tanto, se había iniciado un nuevo enfrentamiento entre filipinos y americanos, en el que el destacamento español ya no intervino.
Conocida finalmente la firma de la paz, las tropas españolas se rindieron honorablemente a los filipinos. No los consideraron prisioneros y permitieron su traslado a Manila con todos los honores. De allí regresaron a la península, desembarcando en Barcelona el 1 de septiembre de 1899. Ya en España recibieron una triste acogida sin que colectivamente se les reconociera mérito alguno. Pronto fueron olvidados.
La hazaña, que oscila entre lo heroico y lo absurdo, ha pasado a la historia militar española como un gran hito. El coraje de estos soldados, desperdiciado en una epopeya que no podía salir bien, se ha convertido en una muestra de valentía incluso cuando el sacrificio fue por una causa imposible. Como en tantas otras ocasiones, estos hombres fueron posteriormente ignorados y su acto apenas recordado y valorado.
El mismo año en que los últimos filipinos regresaban a España, el gobierno de Francisco Silvela vendió las Carolinas, las Marianas –excepto Guam– y el Palau a Alemania. Sin bases militares y navales en Filipinas era imposible ejercer ningún tipo de soberanía sobre ellas. El imperio español en el Pacífico estaba desapareciendo definitivamente.
BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES.
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[Editado el 10/12/2016]
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