Nos trasladamos a las estepas pónticas, situadas entre las Mares Negro y Caspio para ver los restos de la antigua cultura escita. Su origen, como el de la mayoría de estos pueblos nómadas, es realmente incierto, algunas fuentes apuntan al siglo X a.C. C., cuando llegan a esa zona huyendo tras alguna derrota ante los ejércitos de los emperadores chinos. Aunque los restos arqueológicos más antiguos adscritos a esta cultura suelen circunscribirse alrededor del siglo VII a.C. C., algunos escritores clásicos ya se hacen eco de ellos, en esa época o incluso antes. Por ejemplo, algunas palabras que se han atribuido al poeta griego Homero:
“son hombres poseídos por demonios, licántropos caníbales, cazadores de cabezas que usaban las calaveras para beber.”
Ciertamente, los griegos estuvieron entre los primeros pueblos que los encontraron en sus viajes por mar a través del Mar Negro. Aunque esta última descripción pueda parecer un poco peyorativa, no es tan despreciable, ya que según algunas fuentes bebían la sangre de sus víctimas y tras desollarlas, decoraban sus vestimentas guerreras con las pieles de sus rivales.
Imagen idílica de las estepas pónticas.
Nómadas de las estepas.
Más tarde, este pueblo de guerreros trashumantes, pastores de las estepas, que se dedicaron a recorrer miles de kilómetros en busca de los mejores pastos, (sus restos han sido encontrados en Hungría, Polonia, e incluso cerca del actual Berlín), están magistralmente descritos por el padre de los estudios de historia, Heródoto. Los conoció de primera mano, desde que llegó a Olbia, una pequeña colonia griega situada en la desembocadura del río Dniéper durante el mandato de Pericles (469-429 a.C.). Según él, desde las puertas de la ciudad se perdía la vista en las estepas habitadas por los escitas, de ahí que sus habitantes las conocieran bien, ya que en aquella época hacía más de un siglo que griegos y escitas intercambiaban productos y experiencias. .
Detalle del pectoral de Tolstaya, con un joven que acaba de ordeñar una oveja.
Los escitas llevaban su casa a cuestas, a veces en grandes tiendas de hasta tres habitaciones, otras en carros de cuatro ruedas desembarcados directamente por bueyes. Para proteger a su comunidad se convirtieron en excelentes guerreros. Magistral fue su forma de utilizar el pequeño arco para poder ejecutar los tiros mientras cabalgaban. Completaban su indumentaria con espada, lanza, puñal y un gran bolso de cuero con capacidad para más de 50 flechas. Parece que fueron pioneros en medidas de protección, ya que arqueológicamente nos recuerdan a los guerreros altomedievales con sus cotas de malla de hierro o bronce.
Pero lo que es inseparable es el pueblo escita y los caballos. Tanto hombres como mujeres montaban y posiblemente aprendían a montar y caminar al mismo tiempo. Como iba siendo habitual entre los pueblos de las estepas, fue su medio de locomoción, su principal arma de guerra y, en definitiva, su fiel compañero. Pero también comían su carne, presumiblemente de individuos mayores y menos capaces de montar. Se ordeñaban las yeguas, con su leche se elaboraban quesos y bebidas alcohólicas. Además, se convirtieron en los más fieles compañeros de los nobles y reyes escitas en el traslado al más allá, en diversas tumbas se han localizado decenas de caballos sacrificados para acompañarlos.
Los escitas en la historia.
No sólo mantuvieron contactos comerciales con los pueblos de los alrededores. Los escitas se convirtieron en saqueadores de los pueblos asentados tanto en Europa del Este como en los situados al norte de la media luna fértil. Son varias las veces que se ha registrado su participación en guerras entre estados antiguos. Sin ir más lejos, posiblemente participaron como fuerza mercenaria, junto con babilonios y medos, en la destrucción de la todopoderosa capital asiria de Nínive.
Localizar a los escitas en un mapa es complicado, pero esto sería una aproximación a la realidad. Algunas de sus rutas de saqueo se ven incluso en el Creciente Fértil o Egipto.
Uno de sus conflictos más destacados fue contra el rey persa Darío I (521-485 a.C.), al parecer este rey persa intentó conquistar el territorio de los escitas. A pesar de que estos últimos sufrieron numerosas bajas, no pudieron subyugarlos. Debido al éxito de la resistencia contra los persas, el pueblo escita entró en su época de mayor esplendor político. Desde dicho siglo VI a. C., se inicia una cierta sedentarización de estos nómadas de las estepas. El lugar elegido fue el curso bajo del río Dnieper, ya que comerciaban abiertamente con las colonias griegas a orillas del Mar Negro. Cabe destacar el sitio de Belsk, rodeado por unos 33 km de murallas. En el exterior se encuentran los impresionantes kurganes que sirvieron de hogar a los últimos reyes escitas.
Dos siglos después de la guerra contra los persas, y debido en parte a que la sedentarización hizo crecer en importancia a la comunidad escita, acabaron surgiendo nuevos enemigos. El peor fue el macedonio Filipo II, que les infligió una severa derrota en el 339 a.C. C., del que prácticamente no se recuperaron. La cultura escita desapareció de la misma forma que llegó al menos ocho siglos antes, ni la arqueología ni la interpretación de las fuentes clásicas han podido descifrar los motivos de esta desaparición.
Las ricas tumbas escitas.
Al sur del comentado yacimiento de Belsk y elevado sobre una colina, se han localizado una veintena de kurganes, nombre con el que se conocen las tumbas de los escitas. En estos grandes montículos circulares que alcanzaban los 100 m de diámetro estaban enterrados reyes y alta aristocracia.
Zona arqueológica de los Kurgans.
Según Heródoto, una vez más, la religión de los escitas está detrás de esta forma de entierro. No erigieron grandes templos ni grandes estatuas, a lo sumo pequeños altares mayores, donde se sacrificaban animales en honor de los dioses escitas, especialmente Ares, el rey de la guerra.
Su creencia en el "más allá" y en la prolongación de la vida terrena en una especie de inmortalidad, fue el origen de estos suntuosos entierros. Cuando el rey murió, sus súbditos cavaron una gran tumba cuadrada. Luego de recorrer los distintos pueblos transportando los restos del difunto, era depositado en el centro de la gran fosa sobre un lecho de hojas y hierbas. Luego fueron asesinados algunos sirvientes, entre ellos un cocinero y una concubina, así como algunos caballos. Posteriormente todos ellos fueron depositados alrededor del rey, para acompañarlo en la vida que había de venir. Sin olvidar por último sus pertenencias, en forma de lujosas vajillas o suntuosas joyas.
Estas joyas han sido utilizadas por los arqueólogos para interpretar el modo de vida de los escitas. Serían innumerables las piezas que podríamos nombrar, pero nos vamos a quedar con estas dos:
La coraza de Tolstaya Magilla . Se trata de un espectacular collar de oro que pesa 1150 gramos, en forma de media luna. Separadas por hilos se representan diferentes escenas de la vida de los escitas. Especialmente se denota la importancia de la caza y la simbiosis de este pueblo con la naturaleza; hojas, pájaros, jabalíes, ciervos o leones. También es importante destacar la relación de los escitas con el ganado, su principal fuente de vida, en escenas con hombres elaborando pieles o niños ordeñando una oveja.
Tolstaya Magilla pectoral.
peine de Soloja . Este espectacular 294 gr. El peine, que actualmente se exhibe en el Museo del Hermitage de San Petersburgo, es una de las piezas más famosas de la cultura escita. La escena que representa es la lucha entre tres guerreros escitas, apoyados por leones. Según los expertos, se trata de uno de los mejores ejemplos del encuentro cultural entre escitas y griegos, ya que se introducen en el escenario típico escita los cascos o armaduras de la vestimenta griega.
Peine Soloja
Estos, como se señaló, son sólo dos ejemplos de las espectaculares joyas que surgieron de los talleres escitas. Sin duda la “punta del iceberg” de las riquezas que atesoraron los reyes y aristócratas escitas tras su contacto con los griegos. Hay pruebas del gran saqueo que han sufrido estas tumbas escitas esparcidas por el Mar Negro durante 2000 años.
La cultura escita desapareció entre los siglos III-II a.C. Las causas, como ya se mencionó, siguen siendo un misterio. Hasta el día de hoy se sigue estudiando la herencia escita entre los pueblos asentados en las proximidades del Mar Negro. Las investigaciones nos remiten a los actuales habitantes de los osetios, como sus herederos más plausibles. En la antigüedad, los sármatas que lucharon contra Roma, posiblemente después de conquistar a los escitas, o los alanos que cruzaron el limes germánico a principios del siglo V con los pueblos bárbaros, portaban ambos genes escitas.
Más información:
Prehistoria II, sociedades metalúrgicas, Ana Fernández Vega (coor), Ed. Uned, 2011.
Los nómadas escitas y los orfebres de las estepas, publicación de la Unesco, 1976.
arrecaballo.es