Historia antigua

Isabel I de Castilla, la mujer que creyó en Cristóbal Colón.

Isabel I de Castilla, la mujer que creyó en Cristóbal Colón.

A finales del siglo XV el Océano Atlántico Todavía era un mar oscuro, como había señalado Al-Idrisi cuatro siglos antes, repleto de enormes monstruos. Los viajeros que llegaban a Compostela se acercaban a Finisterre convencidos de que al otro lado no existía nada. Pese a ello, ya había sido explorada por portugueses y españoles a lo largo de ese siglo. El primero llegando al Cabo de las Tormentas y el segundo dominando las Islas Canarias. Pero faltaba que alguien decidiera dejar de bordear las costas y afrontar de frente ese inmenso océano. Ese loco visionario fue Cristóbal Colón, que vivió atormentado y obsesionado por ser el primero, pero necesitaba a alguien que lo empujara y ese alguien, años después, fue una mujer, Isabel I de Castilla.

Cristóbal Colón fue más que un simple visionario loco. En 1485, que es cuando comienza su relación con los Reyes Católicos, debía tener unos 34 años y más de la mitad de su vida la había pasado a bordo de un barco. Había puesto un pie en lugares tan lejanos como el Castillo de San Jorge de la Mina, en el golfo de Guinea, y la isla de Islandia. Colón era un hombre que viajaba con una maleta cargada de libros. En él estuvieron presentes entre otros; Ptolomeo, Pierre d'Ailly un astrólogo de principios del siglo XV o Silvio Picolomini uno de los Papas más destacados del Renacimiento italiano.

Pero lo que nunca le faltó fue un libro de Marco Polo. Su lectura obsesionó a Cristóbal Colón, con la idea de que la relación tierra-mar en el planeta era más equilibrada de lo que se pensaba, y que aquel fantástico Cipango estaba más cerca de lo que todos decían. Toscanelli con sus errores de cálculo fue su salvavidas, y el que dio rienda suelta a su determinación de cruzar el Océano.

Isabel I de Castilla, la mujer que creyó en Cristóbal Colón.

El libro de las maravillas de Marco Polo

Cristóbal Colón llega a La Rábida.

Lo que esperaba al otro lado del Océano debió deslumbrar a las coronas europeas. El comercio con Oriente encontró dos obstáculos importantes. El primero fue la balanza de pagos deficitaria; eso sí, Europa pagó enormes cantidades de dinero para conseguir artículos de lujo o ricas especias orientales. Por otro lado, los reinos musulmanes ejercieron un enorme amortiguador comercial y, desde la pérdida de Acre, los aranceles y el continuo clima de guerra dificultaron las relaciones comerciales. Como se descubrió poco después, incluso el Sacro Imperio Romano Germánico, con destacados cosmógrafos como Martin Behaim o Jerónimo Münzer, estaban estudiando proyectos similares.

Como se conoce a Cristóbal Colón, fue primero a los portugueses, pero en ese momento tenían todas sus expectativas puestas en el lucrativo comercio de esclavos con África central, y sus esperanzas se vieron frustradas. el continente africano para llegar al Este. Las resoluciones del Tratado de Alcazobas (1479), dejaron esta aventura en manos portuguesas, ya que a los castellanos se les prohibió el paso por las Islas Canarias.

Entonces Colón decide exponer sus ideas al vecino. Llega al Monasterio de Rábida en Huelva a principios del año 1485. Colón llega allí viudo, sin dinero y rodeado de deudas. Lo acompaña un niño de poco más de cinco años, al que conoceremos en el futuro como Diego Colón. En el monasterio le esperaban frailes como Antonio Marchena, nobles como el duque de Medinaceli, o políticos como Alonso de Quintanillas, todos acabaron gratamente sorprendidos y contagiados por el entusiasmo del navegante genovés.

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Cuadro que representa la llegada de Colón a La Rábida, de Benito Mercadé

A las sucesivas reuniones asistieron expertos de diferentes campos; abogados, profesores universitarios o marineros experimentados. La labor de Colón era arriesgada, ya que debía convencer a todos de la posibilidad real de llegar al otro lado del océano. Pero a pesar de sus enormes convicciones, no pudo demostrar en ningún momento que pudiera ser sencillo, y que cualquiera se aventuraría en ello.

Con gran seguridad sus errores geográficos, la aportación de Toscanelli, hicieron mella. Aquellos hombres no dieron por sentados los cálculos de Colón, según los cuales la distancia hasta Cipango era de 4.500 km y con islas como Azores, Madeira o Canarias para hacer escala, pudiendo llegar al otro lado en un mes. Catorce siglos antes, Ptolomeo había calculado el triple y tenía razón. Por tanto, era normal que los allí reunidos rechazaran su oferta.

La aventura llega a oídos de Isabel la Católica.

Pero los frailes de La Rábida quedaron deslumbrados por otro aspecto que les esperaba al otro lado del océano, la posibilidad de llevar el cristianismo hacia Oriente por una ruta marítima directa. Isabel de Castilla fue apodada "la Católica" por una razón que es obvia. Antonio de Marchena, guardián del convento de La Rábida, escribe una carta a su amigo Hernando de Talavera, confesor de la reina de Castilla.

Para hacer una comparación cruda, a finales del siglo XV los marineros y aventureros eran los superhéroes literarios del siglo XXI. Sus hazañas corrieron de boca en boca entre las más altas esferas sociales, no había biblioteca de noble o rey en la que faltara el "Libro de las maravillas del mundo" de Marco Polo. Isabel, que acaba de tener a su última hija, Catalina, que sería reina de Inglaterra, propone un primer encuentro con Colón. El lugar elegido fue el Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares. Andrés Bernáldez, cronista de los Reyes Católicos, describe las idas y venidas de Colón, mostrando sus mapas sobre la mesa con enorme entusiasmo, así como la contagiosa ilusión en el rostro de la reina proponiendo un segundo encuentro.

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Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares

Este polémico, según fuentes de la época, el segundo encuentro entre Isabel y Colón tuvo lugar en el convento de San Esteban de Salamanca, en el invierno que transcurrió de 1486 a 1487. Polémica porque no aparece reflejada en ninguna fuente castellana hasta un siglo después, dicha fuente es obra de Antonio Remesal de principios del siglo XVII. El profesor Manuel Fernández Álvarez lo da por hecho, añadiendo que fue fruto de la transmisión oral desde los conventos. Un encuentro entre Isabel I y Colón en las instalaciones de un convento no fue un hecho baladí que pudiera olvidarse.

Aquí no hay constancia de la presencia de Fernando de Aragón. Tampoco consta quién dio la orden a los servidores de la Corona para que comenzaran a enviar dinero a Colón. 3.000 maravedíes el 4 de julio de 1487, y 4.000 más, en octubre del mismo año. Es evidente que alguien había quedado contagiado, por el motivo que fuera, de aquella loca aventura. Fernando de Aragón ciertamente no fue.

Isabel y Colón intentando convencer a Fernando de Aragón.

Retomamos la historia dos años después. Dos años que a Colón debieron parecer eternos. Los Reyes Católicos se encontraban inmersos en la toma de Granada, último reducto musulmán tras ocho siglos de historia. Es de suponer que una católica acérrima como la reina debió intervenir en la conclusión del proyecto de reconquista, y por tanto, todos los fondos castellanos fueron a parar a esta notable empresa.

Colón regresa a La Rábida, no está dispuesto a esperar más, si no consigue el apoyo de la Corona de Castilla, estaba dispuesto a buscarlo donde quiera él fue. Hay que entender que el apoyo no fue sólo económico, detrás del océano había un lugar que luego necesitaría enormes recursos para ser explotado comercialmente, y sin saberlo, políticamente. Una corona era fundamental para el proyecto.

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Claustro de Santa María de la Rábida (Huelva)

Los frailes del convento no quisieron desaprovechar la oportunidad y retuvieron al marinero genovés con promesas de apoyo hasta el final. Antonio Marchena vuelve a sacar su pluma y vuelve a escribirle a la reina. Paralelamente, una delegación encabezada por el fraile Juan Pérez se dirigió a Santa Fe, a pocos kilómetros de la Alhambra de Granada, donde la reina acompañó a Fernando de Aragón en la conquista de Granada. Unos días después, Colón recibe 20.000 maravedís más con dos peticiones:no moverse de allí y hacerse nuevos trajes para presentarse ante los reyes un poco más pulcros.

Dos años más. En diciembre de 1491 Granada está a punto de capitular. Definitivamente era hora de escuchar a Colón. El encuentro se desarrolló en las dependencias del cuartel de Santa Fe. Colón vino dispuesto a jugar todas sus cartas, porque sabía que podía ganar. Lo más importante no era el dinero, sino la promesa real de nombrarlo almirante si lograba llegar a tierra firme al otro lado del océano. Una distinción que le situaría directamente al mismo nivel que la alta nobleza castellana. Fernando de Aragón se enfurece.

“un simple aventurero no puede tener el mismo puesto que mi tío, el Almirante de Castilla”

Sólo Isabel I de Castilla creía en Cristóbal Colón.

La conquista de América sólo tuvo una corona detrás, esa fue la Corona de Castilla. La unión dinástica que daría origen a la España que hoy conocemos estaba aún muy lejos de estar unida en sus propósitos.

Isabel I de Castilla, la mujer que creyó en Cristóbal Colón.

Luis Santángel

Ahora entrará en escena un nuevo personaje, Luis Santángel, a pesar de haber estado siempre presente, resultará decisivo en la partida de la expedición de Colón hacia esa América desconocida. Retoma la historia Hernando de Colón, hijo de Cristóbal

Luis Santángel se presentó ante la reina para decirle que no podía entender que ella, siempre deseosa de emprender un negocio, ahora renunciara a uno con poco dinero. coste económico y enormes rentas si se consiguiera”

El encaje surgió desde el aspecto religioso.

“que tantos servicios a Dios, y a la iglesia podrían reportar”

Además, Luis Santángel le brindó dos razones importantes. Si aquella empresa llegara a buen puerto, qué habrían pensado sus hijos de ella, y lo que es peor, qué diría la historia de los Reyes Católicos si cayera en manos de otra corona europea.

Isabel se dirigió a Fernando, al mismo tiempo que mandaba llamar a Cristóbal Colón que se dirigía a Huelva. Pero nada hizo cambiar de opinión a Fernando de Aragón, si aceptó que Colón partiera hacia el otro lado del océano fue por su determinación de que iba a terminar en el fondo del mar. Años más tarde, en 1512, se lo confesó a Juan Ponce de León, temeroso de aventurarse a navegar al norte de las Antillas. Si ese "loco aventurero" no se hundió en el mar, no tienes nada que temer.

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Cristóbal Colón.

El 17 de abril de 1492 firmaron el pacto en las conocidas Capitulaciones de Santa Fe. El 3 de agosto zarparon hacia Canarias la Niña, la Pinta y la Santa María. El 12 de octubre de 1492, aquel viaje cambió para siempre la historia de la humanidad. Así agradeció Cristóbal Colón a Isabel la Católica años después.

“Sólo la reina, mi señora, dio espíritu de inteligencia y mucho esfuerzo, y se hizo heredera de todo, de todo esto que fui a asimilar su verdadero nombre. Por ignorancia de todos, ella transmitió lo poco que sabía hablando de inconvenientes y gastos".

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