Historia antigua

Eudoxo de Cícico, el navegante griego que intentó circunnavegar África en el siglo II a.C.

Aunque su gran surgimiento se produjo en el siglo XVI, el deseo de recorrer el mundo conocido y descubrir nuevas tierras era algo que ya existía en la Antigüedad y por eso tenemos noticias de atrevidos navegantes que recorrieron mares desconocidos y encontraron lugares muy alejados de sus puertos de salida. Aquí ya hemos visto algunas como las púnicas Hannón e Himilcón, las egipcias Henenu o las griegas Piteas. Heleno también fue a quien vamos a ver hoy, Eudoxo de Cícico (no confundir con su homónimo Cnido, alumno de Platón), de quien se cree que llegó a la India e intentó circunnavegar África.

Cízico fue una ciudad de la Grecia asiática, la zona costera de Anatolia (actual Turquía) donde se desarrollaron numerosas ciudades de cultura helénica como Éfeso, Mileto, Samos, Halicarnaso, etc. Estaban repartidos por varias regiones (Eolis, Jonia, Dorida...) y Cícico estaba situado en una algo especial del noroeste llamada Misia, que se extendía por la costa sur de la Propontis o Mar de Mármara, ese cuerpo de agua que sirve de conexión entre los mares Egeo y Negro a través del Bósforo y los Dardanelos. Es fácil deducir que fue un verdadero punto de encuentro de civilizaciones y relaciones comerciales, motivo por el cual se enriqueció.

Eudoxo de Cícico, el navegante griego que intentó circunnavegar África en el siglo II a.C.

La que nació como colonia de Mileto pasaría por manos atenienses, persas, espartanas, macedonias, pónticas y romanas. Eudoxo nació alrededor del año 150 a.C., cuando Cícico estaba bajo la influencia de la dinastía ptolemaica, que había gobernado Egipto desde que ese país fue asignado al general Ptolomeo Sóter en el reparto acordado para hacer las paces entre los Diadochi que estaban en guerra por quedarse con el imperio. de Alejandro Magno. Poco se sabe de la vida de Eudoxo hasta que realizó los mencionados viajes, ya en la mediana edad. Al parecer, llegó a Alejandría como embajador y heraldo durante el reinado de Ptolomeo VIII, rey greco-egipcio que adoptó el sobrenombre de Evérgetes. (Benefactor) en honor a su antepasado Ptolomeo III, aunque en realidad fue apodado Fiscón (Barrigón) debido a su obesidad.

Con tal apodo se infiere que Ptolomeo VIII no fue un monarca popular y, ciertamente, desató una persecución contra todos sus detractores, especialmente los judíos y los intelectuales de Alejandría, principal centro de oposición, expulsando del reino a sabios, maestros, filósofos, artistas, médicos, músicos… Una tragedia cultural que desembocó en una rebelión y posterior guerra civil, en la que el rey se impuso pero sin poder poner fin a la inestabilidad de la situación, algo que Roma se propuso aprovechar apoderarse del país; Lo hizo en el año 116 a.C., poco después de la muerte de Ptolomeo. A pesar de este panorama sombrío, resulta irónico que un presidente así estuviera a punto de patrocinar lo que podría ser uno de los viajes más importantes de la historia.

Eudoxo de Cícico, el navegante griego que intentó circunnavegar África en el siglo II a.C.

En realidad no disponemos de mucha información, ni en cantidad ni en variedad de fuentes. Todo lo que sabemos de esa empresa proviene del trabajo Geografía que Estrabón, el célebre historiador y geógrafo griego, escribió un siglo y cuarto después, hacia el año 29 d.C. Para ello se basó en el relato de su antecesor, Posidonio, otro estudioso que también había viajado por todo el Mediterráneo y según el cual en el año 118 a.C. un marinero de la India naufragó en el Mar Rojo y fue llevado ante Ptolomeo, con quien acordó liderar una expedición comercial a su país. Para ello el rey encargó a Eudoxo, quien durante su estancia en Egipto había mostrado gran interés por la remontada del Nilo y otras cuestiones científicas.

Es curioso que Estrabón considerara dudosa la historia narrada por Posidonio porque hoy en día, aunque hay muchos historiadores y marineros igualmente escépticos, también los hay que sí la ven creíble. Al fin y al cabo, en el siglo II a.C., el Mar Rojo era una importante zona de rutas marítimas y algunos de sus puertos, como el de Eudaemon (actual Adén, en Yemen) atraían a comerciantes no sólo de los llamados Arabia Félix (Arabia Feliz, una de las regiones en las que se dividió la Península Arábiga y la más próspera), pero también de Egipto, Grecia e India. Era, por tanto, un punto intermedio y, por tanto, muy apreciado, de ahí el atractivo que tendría como base para la piratería. Y es que posteriormente, cuando los avances náuticos permitieron navegar directamente desde África a Asia, Eudaemon decayó y se buscaron nuevos nichos de negocio. Pero primero los marineros debían seguir un itinerario de cabotaje, paralelo a la costa, hasta allí, y eso fue lo que hizo Eudoxo.

Eudoxo de Cícico, el navegante griego que intentó circunnavegar África en el siglo II a.C.

A partir de ahí, el marinero indio entró en liza, pues para realizar la segunda parte del viaje era necesario conocer los vientos monzónicos que soplaban en el Océano Índico. Los indios los utilizaban habitualmente para llegar a la Península Arábiga; En cambio, los marineros occidentales no los necesitaban para llegar hasta allí y no solían ir allí (aunque sí los conocían por el viaje que Nearco, almirante de Alejandro, hizo por las desembocaduras del Tigris y el Éufrates). Así, siguiendo las instrucciones de aquel náufrago -cuyo nombre no ha trascendido-, se alejaron de tierra y completaron con éxito el viaje, aunque se desconoce a qué puerto arribaron. Eudoxo regresó con un rico cargamento de piedras preciosas y perfumes... que Ptolomeo le arrebató porque en aquella época la corona tenía el monopolio del comercio y distribución de estos productos.

La ruta estaba abierta y desde entonces se ha vuelto cada vez más transitada. De hecho, en la obra Periplo del Mar Eritreo , compuesto en la segunda mitad del siglo I d.C. por un autor anónimo, se identifica al griego Hippalus como el descubridor de este itinerario, aunque Plinio el Viejo dice que lo que descubrió fue el viento monzónico que lleva su nombre, lo que ha hecho suponer que pudo haber sido miembro de la expedición de Eudoxo. Este sería todavía el protagonista de una segunda aventura, aún más ambiciosa que la anterior, que inició tras un nuevo viaje a la India encargado por la viuda Cleopatra III, regente durante la minoría del heredero, Ptolomeo IX. Esta vez Eudoxo se aseguró de tener permiso para comerciar y consiguió un envío aún más espléndido que el otro.

Eudoxo de Cícico, el navegante griego que intentó circunnavegar África en el siglo II a.C.

Estaba regresando, entonces, cuando un fuerte viento, el inusual monzón del noreste, alejó su barco del golfo de Adén, empujándolo hacia la costa sureste de África, más allá de Etiopía. Allí, acercándose a una playa sin señalizar para abastecerse, descubrió los restos de un naufragio con un mascarón de proa con forma de caballo. Los indígenas, a quienes conquistó entregándoles muchos productos, le dijeron que este barco había llegado del sur y, por las características del pecio (incluido el mascarón de proa con forma de cabeza de caballo), el navegante consideró que se trataba de un barco fenicio procedente de Gades (Cádiz hispánica), ciudad nacida de la colonia púnica Gádir. Aunque en aquella época ya estaba bajo control romano, esta localidad también era conocida como Eritrea, porque sus fundadores tirios se consideraban procedentes del mencionado mar de Eritrea o Mar Rojo.

Eudoxo decidió entonces que, cuando regresara, intentaría seguir la ruta frustrada de aquel barco desafortunado. Así fue. Una vez finalizado su viaje y tras ser nuevamente expoliado por el faraón -Cleopatra III ya había dado paso a Ptolomeo IX-, en Alejandría comprobaron que los pescadores fenicios de Hispania solían adornar sus barcos de cabotaje con máscaras de caballos -de ahí que fueran llamados hipopótamo – y bajaron a pescar al río Lixo (Larache). Entonces se le ocurrió que podría circunnavegar África para llegar a la India sin pasar por Egipto, evitando el riesgo de perder sus ganancias a manos de sus gobernantes, prefigurando así lo que harían los portugueses un milenio y medio después.

Eudoxo de Cícico, el navegante griego que intentó circunnavegar África en el siglo II a.C.

Se trasladó a Gades y, mientras se enriquecía por el camino sin que supiéramos exactamente cómo, alquiló un barco y dos embarcaciones más pequeñas, contrató una tripulación y zarpó, pasando las columnas de Hércules y descendiendo por la costa atlántica africana, siguiendo un poco el mismo rumbo que habría tomado el cartaginés Hannón siglos antes (se desconoce la fecha exacta y algunos lo sitúan poco antes de la Primera Guerra Púnica mientras que otros se remontan al año 470 a.C. y algunos incluso más atrás, hacia el 510 o 509 a.C.). En este sentido cabe recordar la expedición egipcio-fenicia enviada entre el 610 y el 594 a.C. por el faraón Necao II para rodear Libia (como se llamaba entonces a África) en dirección contraria, tal y como relata Heródoto.

Eudoxo fracasó. Al principio intentó alejarse de la costa para evitar accidentes pero la tripulación, temerosa de perder de vista tierra, amenazó con amotinarse y tuvo que ceder. Como temía, encallaron y se vieron obligados a construir un nuevo barco con el carpintería de la víctima, continuando la circunnavegación. Los problemas se acumularon de tal manera -se enteró de un complot para abandonarlo en una isla- que en lo que llamó Bogo, probablemente en Mauritania, desembarcó, vendió el barco y regresó a Hispania por la provincia romana.

Pero no se desanimó y quiso intentarlo una vez más, adquiriendo para ello un barco mercante redondo y una Pentecontera (barco con cincuenta remeros), de modo que uno navegaba mar adentro y el otro cerca de la costa. Asimismo, portó herramientas para la agricultura, artistas, músicos e incluso puellae gaditanae expertos en danza porque tenía previsto pasar el invierno en una isla que había descubierto y que no ha sido identificada, aunque hay quien apunta a las Azores. Este intento fue el segundo y definitivo porque el relato de Estrabón -y el de Posidonio, sigue- está interrumpido e inacabado. Nunca más se supo de aquel griego, por lo que no se supo si lo había logrado; Plinio el Viejo Eso pensé pero no hay evidencia que lo respalde, por lo que es probable que pereciera en el esfuerzo, como tantos otros pioneros visionarios.