Historia antigua

Prostitución en la Edad Media

Prostitución en la Edad Media

Por Rainer Sousa

¿Pecado o necesidad? Éste fue el gran dilema al que se enfrentaron los clérigos medievales cuando se propusieron la difícil tarea de convertir la Europa bárbara y romana al cristianismo. Desde un punto de vista formal, las prostitutas violaban uno de los tabúes más importantes de la Iglesia al practicar la fornicación. Por otro lado, las exigencias del mundo cotidiano reiteraban, una y otra vez, que prohibir la prostitución era una misión prácticamente imposible.

Una de las justificaciones más comunes para mantener la prostitución activa giraba en torno al control de los pecados considerados más graves. El uso de los burdeles por parte de los jóvenes sirvió como medio para evitar que mujeres respetables fueran víctimas de astutas seducciones y violaciones. Al final, sería menos grave violar los límites del cuerpo de una mujer que ya ha caído en pecado que deshonrar a una casta seguidora de los principios morales de la Iglesia.

El propio San Agustín advirtió que la prohibición de la prostitución sería una puerta de entrada a otros pecados aún más controvertidos. Sin embargo, algunos clérigos no escatimaron esfuerzos para que las prostitutas abandonaran su vida de errores mediante el matrimonio o ingresando a su propia ordenación religiosa, como monjas. A principios de la Edad Media, algunos romanos reaccionaron ante la conversión religiosa de las prostitutas obligando a las mujeres cristianas a ocupar el lugar de las conversas.

Al hablar del desarrollo de dicha actividad no podemos olvidar que la recurrencia de dicha práctica está directamente ligada a los entornos urbanos de la época. No pocas veces era costumbre determinar el lugar de las casas de prostitución en las calles que tenían la palabra “rosa” en el nombre. En algunas regiones, la expresión “arrancar una rosa” aludía al acto de recurrir a la prostitución. Otro código de distinción común era el uso de prendas y accesorios específicos como sombreros, cascabeles y chales.

Una de las raras excepciones conocidas a esta relación entre prostitución y ciudades aparece en el Reino de los Francos, más concretamente en la dinastía carolingia, entre los siglos VIII y IX. En algunos señoríos se construyeron las llamadas “casas de mujeres”, donde los sirvientes se proporcionaban un servicio muy alejado de la agricultura desarrollada en los mansos. Al igual que en la actualidad, estas “prostitutas feudales” tenían una carrera corta y se las consideraba viejas cuando llegaban a los treinta años.

Al mismo tiempo, observamos que los medievales utilizaron las más variadas explicaciones para justificar el fenómeno de la prostitución. Algunos lo vincularon a la tendencia natural que algunos tienen a la degradación moral, otros lo vincularon a la cuestión de la miseria recurrente en algunos lugares o a la viabilidad económica del acto en sí. En algunos casos, el concubinato imponía derechos y deberes entre una prostituta y un tercero interesado en sus servicios.

Al final, vemos que la prostitución medieval revela un ámbito que extrapola la condición moral de aquella época. Observando los criterios, medidas y nociones sobre las “profesiones más antiguas”, vemos que la Edad Media no estuvo incondicionalmente sujeta a las supuestas reglas de comportamiento de la Iglesia. Es, cuanto menos, instigador observar el choque entre la experiencia terrenal y las aspiraciones divinas que tuvo lugar en este terreno de la vida cotidiana medieval.

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