El ascenso religioso e ideológico de la Iglesia durante la Edad Media marcó claramente a Europa entre los siglos V y XV. Contando con iglesias, monasterios y catedrales repartidas por este territorio, y apoyados por diversas autoridades políticas de la época, el catolicismo parecía tener completa hegemonía en este período. A pesar de esto, no podemos pensar que la Edad Media fuera el período en el que se vivía silenciosamente un tipo de servidumbre absoluta.
En aquella época, especialmente en la Baja Edad Media, los herejes se enfrentaban a la Orientación doctrinal rígida del clero católico. Influenciados por antiguas religiones paganas o dando diferentes interpretaciones a las ideas cristianas, muchos aspiraban a un tipo diferente de experiencia religiosa. Como resultado, a partir del siglo XIII, las primeras investigaciones fueron autorizadas por la Iglesia contra quienes representaban una amenaza para el “Cuerpo de Cristo”.
Poco después, la llamada “Milicia de Jesucristo” fue el primer grupo destacado de clérigos encargados de perseguir a los “desobedientes”. Contando con la ayuda de las autoridades locales, estos “inspectores de fe” ya utilizaban la tortura y la hoguera como formas de vetar el avance de otras religiosidades. Uno de sus miembros más notorios fue Nicolau Aymerich, autor de un manual de la Inquisición que guiaba métodos eficientes de investigación y castigo de los herejes.
Durante el siglo XV, el movimiento inquisitorial sufrió un relativo declive, haciéndose efectivo años más tarde con la intensa participación de los reinos hispánicos. El resurgimiento de la Inquisición se produjo gracias al interés de los reyes católicos españoles por apoderarse de las riquezas acumuladas por los judíos que, tradicionalmente, se dedicaban a actividades comerciales.
Esta motivación económica se desarrolló precisamente cuando esa nación afrontaba la expulsión de los musulmanes de la Península Ibérica y las primeras fases del proyecto de expansión marítimo-comercial. De esta manera, la motivación religiosa, que a lo largo de los siglos demonizó a los judíos, se alió a los intereses económicos del Estado nacional en formación. Como resultado, observamos que en la Inquisición Moderna varios investigadores eran designados por el propio Estado.
En Portugal, donde la presencia de judíos en el comercio era muy fuerte, el rey Manuel I prefirió establecer la conversión forzosa de los judíos en 1497. Esta medida, en lugar de pacificar el proceso, sólo intensificó los ánimos entre cristianos y cristianos-nuevos (ex- judíos). Los católicos natos veían con sospecha la conversión religiosa de los judíos. Como resultado, a principios del siglo XVI se produjeron varios episodios de violencia.
Al no sostener más esta situación conflictiva, el rey Don João III prefirió la autorización para instalar los dominios del Tribunal do Santo Oficio en Portugal. De esta manera, los países ibéricos se convirtieron en uno de los principales focos de actividad de la Inquisición. Al tratarse de naciones que tenían gran cantidad de dominios coloniales en América, la Corte también se instaló en el continente con el fin de regular la religiosidad en las colonias.
Aún con una serie de valores muy alejados de los actuales, esta práctica marcó uno de los episodios de intolerancia religiosa más sangrientos de toda la historia. Los juicios y sentencias anunciados por la Iglesia fueron responsables de más de 50.000 muertes en todo el mundo. La gran mayoría de las víctimas eran mujeres, que generalmente eran condenadas por practicar brujería.
En la búsqueda de la hegemonía de la fe, el catolicismo de entonces utilizaba medios que hoy causan vergüenza, incluso a los propios católicos. Los castigos físicos y las muertes en aquella época estaban desconectados del individualismo y el humanismo, valores que prevalecían en muchas sociedades occidentales contemporáneas.
El castigo era considerado un instrumento de revelación mediante el cual el acusado tendría una dimensión de sus pecados o garantizaría su salvación espiritual. De este modo, hay que tener cuidado a la hora de resumir los actos de la Inquisición como un tipo de violencia dotada de valores correspondientes a los conceptos de perversidad o inhumanidad comúnmente reconocidos por el mundo actual.
Con ello, debemos ver la Inquisición como una especie de experiencia histórica lamentable en sus consecuencias. La propia acción de la Iglesia al reconocer, en el año 2000, el carácter desastroso de sus acciones, nos muestra cómo debemos relativizar nuestra mirada a través de un mundo de valores e ideas que, por horroroso que sea, está visiblemente alejado de nuestro presente.