Su Consejo de Sangre y otras actuaciones le dieron una imagen dura y despiadada. El duque de Alba viajó desde España hacia el Norte en 1567 para poner fin a la revuelta allí.
Tras la iconoclasia, Felipe II envió al duque de Alba a los Países Bajos para restablecer la paz. Le dio 10.000 soldados y se le dio autoridad ilimitada para manejar la situación como mejor le pareciera.
Alva no dejó que se lo dijeran dos veces. Inmediatamente después de su llegada, creó el Consejo de Trazos, que los insurgentes no sin razón llamaron Consejo de Sangre. Era una especie de tribunal. Quienes se oponían al régimen español corrían el riesgo de ser juzgados aquí. Y los veredictos no fueron tiernos; el Consejo ha ejecutado a unas 1.100 personas. Parece que uno de los concejales siempre dormía, excepto cuando lo despertaban para emitir su juicio, que era invariablemente:'¡a la horca!'.
Los condes Egmond y Hoorne, colegas de Willem van Oranje estuvieron entre las primeras víctimas del Consejo de Sangre. Es gracias a este reinado de terror que Alva adquirió mala reputación y la gente gustaba de ridiculizarlo. La rima del 1 de abril, por ejemplo, hace referencia al día en que los mendigos del agua, una especie de piratas al servicio de Guillermo de Orange, conquistaron a los españoles la ciudad de Den Briel (espectáculos).