Historia de Europa

Nuestra relación con los libros y el vino viene de lejos

Según el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros de 2018, el número de lectores de libros en su tiempo libre alcanzó el 61,8% de la población. También creció el número de lectores frecuentes, aquellos que leen al menos una o dos veces por semana, que representan ya el 49,3% de la población. El 38,2% de los españoles nunca o casi nunca lee. Aunque la tendencia es alcista, estas cifras no nos sitúan precisamente a la cabeza de Europa. En cuanto al consumo de vino, producto por excelencia de las tabernas, los datos reflejan que el consumo de vino por persona al año es de 21 litros. Esta cifra nos sitúa muy lejos de Francia o Italia, también grandes productores pero mejores consumidores, ya que sus tarifas son de 47 n y 37 litros/hab/año, respectivamente. Como se ve, también en el vino, como en la lectura, somos mucho más productores que consumidores. Entendiendo, por supuesto, que tanto el vino como los libros son parte importante de nuestra cultura.

Pero no he venido hoy a hablar del consumo de libros ni de vino, al menos no de la situación actual; pero que los libros y el vino son el pretexto para mostrarles cómo la relación de los españoles con los libros y con el vino viene de lejos, como lo demuestran las edificantes anécdotas de algunos de los grandes clásicos de la literatura española, relacionadas con el vino, el sabor. que algunos tenían para él y cómo se "reprochaban" unos a otros.

Nuestra relación con los libros y el vino viene de lejos
Pero antes permítanme aportar algunos datos más:según datos del Anuario Económico Español Según según La Caixa, en Madrid había casi 18.000 bares y restaurantes en 2013, sobre una población estimada de 3,3 millones de habitantes; y, según el censo realizado por la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros, en 2013 había en España 4.336 librerías. El citado Censo de Librerías da a la Comunidad de Madrid 517 librerías, la tercera posición en el ranking por comunidades autónomas, por detrás de Andalucía y Cataluña. Por tanto, Madrid en 2013 contaba con 18.000 bares y 300 librerías.

¿Y el Madrid de principios del siglo XVII? 391 tabernas frente a 1 librería.

Néstor Luján lo cuenta en La vida cotidiana en la España del Siglo de Oro :

en 1600 había en Madrid nada menos que 391 tabernas, según las crónicas de la época.

Y el pueblo, haciéndose eco de su número, recitó, casi sin hipérbole, el epigrama

Madrid es una ciudad valiente
que entre antigua y moderna
tiene trescientas tabernas
y una sola librería.

Déjame añadir, por si acaso, que valiente , dicho de una persona, hace referencia a tener costumbres rústicas por falta de buenas maneras o trato de personas.

El generoso redondeo "hacia abajo" del epigrama (de 391 a 300) es seguramente un requisito métrico que no arruina tan sabrosos octosílabos. Desconozco la veracidad de estos datos y si el epigrama es una especie de chiste satírico que en el Siglo de Oro destacaba la gran afición de los españoles por el vino frente a la cultura, incluyendo en el lote algunos de los grandes clásicos de nuestra literatura. De aquellos años existen numerosas normativas municipales que demuestran cómo el vino era un elemento fundamental en la actividad comercial de la ciudad, incluyendo los conventos, que competían descaradamente en la producción y expedición de tan preciado elemento, y las agrias disputas que mantenían cantineros y monjes sobre él. Sé que los tiempos han cambiado, que la alfabetización y el acceso a la cultura han mejorado mucho, pero nuestro amor por el vino parece remontarse a mucho tiempo atrás.

Nuestra relación con los libros y el vino viene de lejos

La literatura de la época trata muy mal a los posaderos. Las acusaciones más comunes, las de aguar el vino, venderlo lleno de mosquitos y traficar con él. Probablemente conozcas el origen de la palabra “tapa ”, hoy asociado a una pequeña porción de alimento que acompaña a cualquier bebida consumida en una taberna, pero que originalmente tenía la función textual de “tapar” la copa de vino con un trozo de pan o jamón para evitar que caigan en su interior insectos de todo tipo. . . Se ve que Tirso de Molina se mostró preocupado por el tema porque afirma:

Cuando pido de beber me traen agua en el vaso y me echan vino encima.

Y en otra ocasión:

Aquí llaman a los posaderos
y van bautizando corderos.

Lope de Vega también reflexiona sobre la cuestión:

Porque en los vinos de Madrid
lo mismo es agua que vino…
por muchas fuentes que hagas
más tendrás en las tabernas.

Y arremete contra los camareros y su pecaminosa prisa matutina:

Cuando el mozo de carretera
echa cebada a las mulas
y los ladrones con toros
aguan la leche y el vino.

Rojas Zorrilla también parodia la situación cuando uno de sus personajes muestra un hechizo para transformar el agua en vino, al estilo de las Bodas de Caná, y otro responde:

Si es vino de Madrid
quedará igual de aguado que antes.

Aunque estos versos iban dirigidos más a expresar el desagrado hacia los camareros que a criticar las bondades del vino, que no dudaban en elogiar cuando tenían ocasión. Es Quevedo quien hizo esta declaración de intenciones:

Le dijo a la rana, el mosquito
de una jarra:
"Es mejor morir en el vino
que vivir en el agua."

Y está claro que no le importaba demasiado que el vino tuviera mosquitos, como declara en su soneto Bebe vino precioso con mosquitos dentro:

Liendres de la vendimia, te admito
En mi garganta porque tienes como cuerda
Al nieto de la vid, licor bendito.

Toma la moda hacia mi nuez,
Que al beberos a todos, me desquitaré con vosotros
El vino que bebisteis y os ahoga.

Y es una vez más Lope de Vega quien afirma:

Cuanto más envejece el vino, más caliente es:contrariamente a nuestra naturaleza, cuanto más vive, más frío se vuelve.

Las disputas literarias han sido comunes entre nuestras plumas. Algunas brillantes, otras lamentables. A su buen criterio permitió que los dardos que Pérez Reverte y Umbral se dedicaban se matizaran de una u otra manera; las que recibió Cela desde varios frentes; o el chiste que Valle Inclán le dedicó a José Echegaray, cuando le enviaba cartas a un amigo que vivía en la calle que estaban dedicadas al Premio Nobel y ponía en la dirección “calle del viejo idiota ”. Llegaron las cartas, oye.

Aunque hay que reconocer que las más meritorias son las intercambiadas por Quevedo y Góngora, por un lado, y Cervantes y Lope de Vega, por otro. Fueron ellos quienes elevaron el insulto a la categoría de literatura. Pero nuestros clásicos no sólo celebraron justas literarias, sino que, como parte activa de la sociedad del siglo XVII, también se reprocharon su afición al vino y cuestionaron los méritos alcanzados por sus rivales, atribuyéndolos al consumo excesivo del derivado de la uva. Casi todos los grandes clásicos castellanos, desde Quevedo hasta Lope de Vega, tenían fama de no dar asco al buen vino, hasta el punto de ser calificados de borrachos por algunos contemporáneos "envidiosos". Cuando el Señor de La Torre de Juan Abad recibió la Encomienda de Santiago, Góngora escribió al respecto:

Se debe a San Trago y no a Santiago,

Y en otros deliciosos versos el propio Góngora atacó a sus dos grandes enemigos literarios, con esta ingeniosa diatriba:

Hoy hacen una nueva amistad
más por Baco que por Febo
Don Francisco de Que-bebo
y Félix Lope de Beba.

Pero como donde dan se llevan, Góngora también recibió lo suyo. Al parecer tampoco le repugnaba el vino, por lo que su alter ego Quevedo le propinó un sabroso aluvión refiriéndose a él como “Sacerdote de Venus y Baco. ”

Seguramente cada uno habló desde su propia experiencia. Y la "tradición" de asociar la creatividad literaria con la ingesta de bebidas alcohólicas ha sobrevivido hasta nuestros días en las más diversas variantes. Pero no puedo terminar sin aconsejaros que no olvidéis seguir los sabios consejos que escribieron los clásicos sobre el vino. Como dijo el propio Quevedo:

Para preservar la salud y recuperarla si se pierde, conviene extender el uso del consumo de vino en todo y en todas las formas, porque es, con moderación, el mejor vehículo de alimento y la medicina más eficaz.

Y en boca de Don Quijote, Cervantes recomienda a Sancho Panza sobre su afición al vino:

Sé moderado al beber, teniendo en cuenta que demasiado vino no guarda un secreto ni guarda una palabra.

Colaboración con Rafael Ballesteros de DesEquiLIBROS