Puede parecer una obviedad, pero lo cierto es que prácticamente todas las inscripciones romanas que vemos en estatuas, estelas, lápidas y monumentos están escritas con letras mayúsculas, de modo que parece que utilizaban sólo estas en sus escritos. Nada más lejos de la realidad, ya que los romanos también tenían escritura cursiva y usaban minúsculas.
De hecho, la escritura cursiva con letras mayúsculas era la forma de escritura cotidiana, utilizada por ejemplo para escribir cartas, por los niños en la escuela, por los comerciantes para llevar sus cuentas o por el emperador para dar órdenes. También fue la escritura de la burocracia y en la que se escribían en papiro los originales de las leyes que se guardaban en los archivos.
Sin embargo, para hacer públicas las leyes y para todas aquellas inscripciones que estaban destinadas a ser leídas por la gente común, se utilizaron letras mayúsculas, ya que la cursiva sólo podía ser entendida por quienes habían superado un nivel básico de educación.
Plauto en su obra Pseudolus (El impostor) destaca la dificultad de muchos romanos para leerlo:
Plauto, Pseudolus 21-30
En esta antigua escritura cursiva, que se utilizó hasta el siglo III d.C. por ejemplo, están escritas las tablillas encontradas en el campo de Vindolanda, en Reino Unido, y también muchas de las inscripciones que se han conservado en Pompeya. Antiguamente se utilizaba sobre papiro y por ello los ejemplos que nos han llegado no son muy abundantes.
Gracias a ellos sabemos que se utilizaban pocas ligaduras, y que algunas letras aún son difíciles de reconocer, como la A, o incluso pueden confundirse, como la B y la D. Este tipo de escritura habría evolucionado a partir de la escritura con mayúsculas, como resultado de la simplificación y el contorno al escribir a alta velocidad.
A partir del siglo III, esta antigua cursiva evolucionó hasta convertirse en una nueva cursiva que estuvo en uso hasta aproximadamente el siglo VII, hasta bien entrada la Edad Media. Las letras ya tienen una grafía que nos resulta mucho más familiar, y empiezan a ser proporcionales en lugar de variar de tamaño con la antigua cursiva, mediante ligaduras. Será esta escritura (junto con la uncial y la semiuncial) la que en las distintas regiones del desaparecido imperio occidental dará lugar a las letras minúsculas que utilizamos hoy.
Algunos investigadores creen que incluso la caligrafía uncial evolucionó a partir de la cursiva antigua y comenzó a utilizarse a partir del siglo III d.C. habría sido contemporáneo de las nuevas cursivas. Lo que la diferenciaba era que las letras de la uncial (llamada así por un error en la interpretación de un texto de San Jerónimo donde habla de uncial litterae al referirse a mayúsculas) tenía formas redondeadas, ya que los nuevos soportes como el pergamino, que no era tan rugoso como el papiro, permitían escribir sin levantar la pluma y con trazos más largos.
La escritura semiuncial, que es lo que significa acortada. Se llama versión de la uncial que aparece en el Codex Basílicanus de Hilario, también comenzó a usarse en el siglo III, y al igual que la uncial su uso se extendió hasta el siglo VIII. En un principio fue utilizado únicamente por autores paganos, aunque a partir del siglo VI también empezó a utilizarse para transcribir textos cristianos. El semiuncial tuvo especial éxito en las Islas Británicas, donde llegó en el siglo V y fue la base para la creación del alfabeto latino inglés antiguo.