A estas alturas puede parecer extraño que exista un lugar, o lugares, en Europa más allá de las consecuencias del accidente nuclear de Chernóbil, donde la vida no sea posible. Pero no hablamos de lugares remotos o periféricos. Estamos hablando del corazón de Europa, precisamente la franja de territorio que se extiende al norte y noreste de Francia, junto a la frontera belga.
Allí, dentro de un triángulo formado por las localidades de Lille, Compiègne y Verdun, encontramos la Zona Roja . Son una cadena de territorios discontinuos que el gobierno francés aisló tras la Primera Guerra Mundial. En el mapa están identificados por un rojo intenso, y rodeados por otros territorios de color amarillo, verde y azul, dependiendo del nivel de destrucción y los daños sufridos durante el conflicto.
Originalmente eran más de 1.200 kilómetros cuadrados que se consideraban tan gravemente dañados, tanto física como ambientalmente, que la vida humana no era posible en ellos. En lugar de limpiarlo inmediatamente después de la guerra, se decidió dejar que la naturaleza se reapropiara de los territorios.

Los más afectados, los marcados en rojo, fueron definidos como completamente devastados, imposibles de limpiar, imposibles de sustentar vida humana , y se establecieron severas restricciones de acceso que aún hoy se mantienen.
Actividades como la agricultura y la silvicultura estaban prohibidas debido a las grandes cantidades de cuerpos humanos y animales y a los millones de toneladas de municiones sin detonar contenidas en estas tierras. Algunas ciudades fueron abandonadas y nunca se permitió su reconstrucción.
Entre los proyectiles que aún quedan sin explotar se encuentran bombas de gas, granadas y millones de balas oxidadas. El suelo está muy contaminado por plomo, mercurio, cloro, ácidos y otros gases peligrosos, a los que se suman restos biológicos.

Cada año se recuperan decenas de toneladas de proyectiles a un ritmo que los especialistas estiman que llevará nada menos que 700 años completar la limpieza de la zona. Los experimentos realizados entre 2005 y 2006 encontraron hasta 300 proyectiles por cada 10.000 metros cuadrados, sólo a una profundidad de 15 centímetros.
Algunas de estas áreas se han intentado recuperar mediante la reforestación, pero la concentración de arsénico en el suelo es tan alta que el 99 por ciento de las plantas siguen muriendo.
Pero la Zona Roja no es el único lugar que ha sufrido las consecuencias de las guerras en Europa. Otros territorios de Bélgica y Alemania, por ejemplo, siguen sufriendo el impacto de millones de toneladas de munición enterradas, que ocasionalmente salen a la luz.